miércoles, 16 de septiembre de 2009

Cuando las mujeres quieren a los hombres

Primero que nada tengo que decir que esta ha sido mi lectura favorita hasta el día de hoy.

Rosario Ferré nos expone a la realidad de la sociedad más clasista, racista y comemierda de todo Puerto Rico. Aquella sociedad en la que los apellidos de alcurnia determinan la posición social. Aquella en la que el requisito principal para la aceptación de una quinceañera al debut del Club Nautico o el Club Deportivo, es pararse frente a un abanico industrial con miembros de la junta observando, para analizar como se mueve su pelo y determinar si existe alguna sospecha de un requinto de raja. Bienvenidos a la Ciudad Señorial, a la Perla del Sur, al país de Ponce – la cuna aristocrática de nuestra isla caribeña.

Ferré nos presenta la posición social como exponente de su obra. Nos presenta ambas caras de la moneda, la de una dama de sociedad y la de una prostituta, ambas unidas por el amor de un mismo hombre. Para Ambrosio, cada una servía un propósito específico. Su esposa cumplía con los requisitos establecidos por la sociedad ponceña. Era blanca como él, de buena familia y con apellido de alcurnia, que era importantísimo para la descendencia de sus hijos. Su mujer probablemente también era virgen al contraer matrimonio. Isabel la Negra era todo lo contrario y representaba sus deseos como hombre. La negra era una verdadera puta, sin inhibiciones en la cama, y se dejaba hacer de Ambrosio aquellas cosas que “una señora bien” no se dejaba hacer jamás. Isabel Luberza, aunque cumplía con los requisitos de su posición social para ser su esposa y la madre de sus hijos, era muy rígida y conservadora en la cama para él. Entonces Ambrosio encontró en la negra una amante fabulosa y complaciente que le permitía vivir todas sus fantasías sexuales sin limitaciones e inhibiciones.

Ferré también nos presenta en Isabel Luberza a la mujer típica de aquella época, todavía arraigada a las generaciónes arcaicas en las que las mujeres eran criadas por sus padres única y exclusivamente para servir los roles de esposas y madres. La mujer no servía para nada más. Y el deber de la mujer era mantener su matrimonio a toda cuesta, sin importar los sufrimientos y aguantando todo lo que tuviera que aguantarle al hombre. Y más aún en la sociedad de Ponce, donde a mal momento, buena cara. Aunque su matrimonio era una farsa y una hipocresía, el deber de Isabel Luberza era ocultar su martirio y pretender que todo marchaba bien ante la sociedad ponceña. Tenía que cuidarse del qué dirán. Como ella conozco muchas en la vida real. Que bueno que los tiempos han cambiado y que las mujeres han podido liberarse de esos yugos sociales que las esclavizaron por tanto tiempo.

Ferré expone francamente el rito de iniciación de los niños para hacerse hombres en la sociedad puertorriqueña de aquella época. Los padres o amistades llevaban a los adolescentes a los prostíbulos para que tuvieran su primera experiencia sexual. Esto los convertía en verdaderos hombres y machos. Además es interesante ver como esta conducta servía otro propósito social. Se suponía que estos niños adquirieran una gran eseñanza sexual de estas prostitutas que tenían tanta experiencia. Esa experiencia asumía la adquisición de destrezas que más adelante podrían utilizar para impresionar a sus futuras conquistas, que suponían fueran niñas blanquitas, de buenas familias, y vírgenes por supuesto. Todo este comportamiento refleja el machismo y la hipocresía a sus anchas. Dios libre que a una muchachita bien y decente se le ocurriera tener sexo con más de un hombre. Entonces sería tildada de puta y su reputación hubiese quedado destruída, tanto que posiblemente no hubiese podido conseguir marido para ser esposa dedicada y fiel. Sin embargo el hombre podía tener sexo con cuantas mujeres quería y eso lo hacía más macho. Que hipocresía! El otro propósito de esta práctica de llevar a los hijos al prostíbulo también tiene que ver con el machísmo. Era importantísimo para los padres asegurarse de que sus hijos no eran unos mariconcitos. Dios libre! Mejor era la muerte antes de aceptar a un hijo maricón. Tan es así que los padres se hartaban de divulgar la noticia de que su hijo había chichado como un machote con la puta, para que no quedara la más mínima duda de la virilidad y masculinidad de su descendencia.

Rosario nos presenta el racismo que todavía existía en aquella época. Para la esposa de Ambrosio no solo tenía que aceptar la infidelidad de su marido, pero para el colmo de los colmos, con una negra. No pudo haber sido con una mujer de su estirpe, sino con una negra. Una y otra vez Rosario hace énfasis en la realidad del racismo. Me encanta cuando la esposa describe su piel blanca, “siempre protegida por manga larga y cuello alto para poder exhibirla en los bailes porque es prueba fidedigna de mi pedigree, de que en mi familia somos blancos por los cuatro costados…”

Rosario también exalta el tema del chisme y el bochinche de la sociedad de aquella época, especialmente el “qué dirán” típico de la sociedad ponceña, que cuentan era capaz no solo de destruir reputaciones, sino de destruir vidas… Tan es así que dependiendo de la fechoría, a algunos les convenía mudarse de Ponce y no volver jamás. Otros decidían regresar después de muchos años pero incognito. Lo que no sabían era que sus hazañas habían sido divulgadas de generación en generación. En Ponce, nada se perdonaba y nada se olvidaba… Todo se mantenía en la reserva de la memoria hasta el momento indicado para sacarlo a relucir una vez más.

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