martes, 29 de septiembre de 2009

Lolo Manco

Al principio no comprendía como a una mujer llamada Dolores de repente se le presentaba como hombre a través de la lectura. Jamás hubiese pensado que un varón se pudiese llamar Dolores, o por lo menos nunca se lo hubiese puesto a un hijo mío. Y es que ese nombre me parece exclusivamente femenino. Que ignorancia la mía! Aparentemente, Dolores era un nombre común para un hombre de aquella época.
En este cuento de Edwin Figueroa vemos nuevamente la transición en Puerto Rico de una economía agrícola a una industrial. Y con este cambio tan drástico en la sociedad puertorriqueña surge la gran migración del campo a a la ciudad en busca de mejores oportunidades. Pero no todo es color de rosas y no todo lo que brilla es oro. Hubo muchos personajes como Lolo Manco, que en busca de la fortuna encontraron la desgracia. Era el comienzo de la industrialización. Y aunque en teoría los trabajadores tenían el potencial de ganar más dinero, todavía no existían los estándares de regulaciones laborales que promovieran la seguridad del empleado en las fábricas. Los trabajadores eran explotados al máximo. El objetivo de las fábricas era sacarle el mayor rendimiento posible a cada empleado, sin importar las consecuencias. En la mente de los empresarios industriales, detrás de cada Lolo Manco habían 10 hombres más esperando ansiosamente por ocupar su puesto. Y Lolo Manco debería considerarse muy dichoso de haber perdido solamente un brazo. Son muchos los obreros que no solo perdieron sus brazos, sino sus vidas.
La migración del campo a la ciudad sugirió un gran cambio en el ritmo de vida. Es evidente como Lolo tuvo que desarrollar una rapidez asombrosa para poder adaptarse y sobrevivir en el nuevo ambiente de la vida agitada de la ciudad. La lentitud y la parcimonia se quedaron atrás en las haciendas tabacaleras. También vemos como el obrero tiene que acoplarse a condiciones de vida más restringidas. Esto es evidente cuando Lolo tiene que compartir un espacio muy pequeño en la casa de su tía. Ya no cuenta con la amplitud que le proporcionaba el campo y en su nueva casa de la ciudad no tiene ni espacio ni privacidad. Esta es una característica muy típica de esa época de migración puertorriqueña del campo a la ciudad. Siempre estaban los pioneros, luego los invadían otros familiares, y terminaban todos compartiendo las viviendas para poder sobrevivir.

El pobre Lolo se dejó llevar por la ambición y la avaricia. Lo único que le importaba era ganar más dinero, aunque no tuviera tiempo para él. Lolo se fue agotando y deteriorando. Se fue mecanizando hasta convertirse meramente en un robot que ejerce una rutina diaria. Lo triste es que al final termina regresando a la montaña. Su tía le dijo que su hija venía del norte probablemente para salir de él. La realidad es que que ya Lolo no le era útil a la tía sin tener nada que aportar para la renta.

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